Historia de la investigación epigráfica
Ni la epigrafía es una ciencia nueva ni el interés por coleccionar inscripciones latinas es una moda reciente, incluso ya Plinio el Viejo en el siglo I o Pausanias en el siglo II mostraron interés por recopilar inscripciones. No obstante, la primera recopilación o repertorio de inscripciones, conocido como el Anónimo de Einsiedeln (Anonymus Einsiedlensis), data de la época de Carlomagno, hacia el año 800, y su manuscrito fue encontrado en el monasterio suizo de Einsiedeln por Jean Mabillon en 1685. Al Anónimo de Einsiedeln siguieron en el siglo XIV otras recopilaciones de Cola di Rienzo (1313-1354), Poggio Bracciolini (1380-1459) y Ciriaco de Ancona (1391-1450) y las inscripciones comienzan a aparecer en la pintura renacentista, como por ejemplo en el cuadro Santiago ante Herodes Agripa de Andrea Mantegna e incluso el valor artístico, el goce estético que producían algunas de las inscripciones estimuló la pasión coleccionista y pronto se pusieron de moda entre los nobles y clérigos los llamados jardines epigráficos, germen de los que, transcurrido el tiempo, serían los futuros museos epigráficos.
También fueron pioneros el belga Martin de Smet (1525-1578), que publicó un corpus con 4000 inscripciones y, especialmente, el holandés Jan de Gruytère [Johannes Gruterus] (1560-1627), que en 1603 publicó un corpus que mejoraba la propuesta tipológica de Smet que se atenía tan solo al soporte de la inscripción, sino que también se aludía a la entidad del personaje aludido en la inscripción, pudiendo afirmar que su Inscriptio Antiquae totius orbis Romani in corpus absolutissimum redactae cum indicibus XXIV puede considerarse el primer repertorio de inscripciones latinas. Por esos mismo años, en España, Antonio Agustín (1517-1586), arzobispo de Tarragona, publicaba Diálogos de medallas, inscripciones y otras antigüedades.
A finales del siglo XVIII, tratados como el Ars critica lapidaria de Francesco Scipione Maffei (1675-1755) completan la labor compilatoria, pero hubo que esperar a 1863 para que Theodor Mommsen (1817-1903), haciendo suya la feliz idea de Barthold Niebhur (1776-1831), impulsase el titánico proyecto de recopilar geográfica y temáticamente la mayor parte de las inscripciones latinas. Nacía así el Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL), una magna obra en dieciocho volúmenes, que editaba casi 150.000 inscripciones, cuyo contenido se ordenó como sigue y encontrándose a fecha de hoy muchos volúmenes en curso de revisión y publicación: I (volumen cronológico hasta la muerte de Julio César: ad Caesaris mortem), II (Hispania), III (parte oriental del imperio romano, de la Cirenaica a las provincias danubianas), IV (inscripciones parietales de Pompeya), V (Galia Cisalpina), VI (Roma), VII (Britania), VIII (Africa Proconsular, Numidia y Mauritania), IX (Italia central: Calabria, Apulia, Samnium, Sabina y Piceno), X (Italia meridional: Bruttium, Lucania, Campania incluida Pompeya, islas), XI (Italia del norte), XII (Galia Narbonense), XIII (las tres Galias), XIV (Lacio), XV (instrumentum domesticum), XVI (diplomas militares), XVII (miliarios), XVIII (carmina epigraphica).
Durante todos estos años han completado este repertorio epigráfico, entre muchas otras publicaciones, las Inscriptiones Christianae Urbis Romae (ICUR), iniciadas a principios del siglo XX por Giovanni Battista de Rossi, o las Inscriptiones Latinae Christianae Veteres (ILCV) de Ernst Diehl en 1926, y ha resultado de suma utilidad la compilación de Hermann Dessau en tres volúmenes de sus Inscriptiones Latinae Selectae (ILS) que datan de 1892, o el Dizionario epigrafico di antichità romane de Ettore de Ruggiero desde 1895. En España, José Vives publicó en 1971 la recopilación Inscripciones Latinas de la España Romana (ILER) y, entre 1950 y 1969 se publicó en veinte entregas la serie Hispania Antiqua Epigraphica, que ha tenido continuidad en Hispania Epigraphica, publicada por la Universidad Complutense desde 1989.
Desde 1977 la mayoría de los estudiosos de la epigrafía antigua forman parte de la Asociación Internacional de Epigrafía Griega y Latina (AIEGL) y con el desarrollo de Internet es posible acceder fácilmente a abundantes recursos de universidades y centros de investigación especializados en la investigación epigráfica.
También fueron pioneros el belga Martin de Smet (1525-1578), que publicó un corpus con 4000 inscripciones y, especialmente, el holandés Jan de Gruytère [Johannes Gruterus] (1560-1627), que en 1603 publicó un corpus que mejoraba la propuesta tipológica de Smet que se atenía tan solo al soporte de la inscripción, sino que también se aludía a la entidad del personaje aludido en la inscripción, pudiendo afirmar que su Inscriptio Antiquae totius orbis Romani in corpus absolutissimum redactae cum indicibus XXIV puede considerarse el primer repertorio de inscripciones latinas. Por esos mismo años, en España, Antonio Agustín (1517-1586), arzobispo de Tarragona, publicaba Diálogos de medallas, inscripciones y otras antigüedades.
A finales del siglo XVIII, tratados como el Ars critica lapidaria de Francesco Scipione Maffei (1675-1755) completan la labor compilatoria, pero hubo que esperar a 1863 para que Theodor Mommsen (1817-1903), haciendo suya la feliz idea de Barthold Niebhur (1776-1831), impulsase el titánico proyecto de recopilar geográfica y temáticamente la mayor parte de las inscripciones latinas. Nacía así el Corpus Inscriptionum Latinarum (CIL), una magna obra en dieciocho volúmenes, que editaba casi 150.000 inscripciones, cuyo contenido se ordenó como sigue y encontrándose a fecha de hoy muchos volúmenes en curso de revisión y publicación: I (volumen cronológico hasta la muerte de Julio César: ad Caesaris mortem), II (Hispania), III (parte oriental del imperio romano, de la Cirenaica a las provincias danubianas), IV (inscripciones parietales de Pompeya), V (Galia Cisalpina), VI (Roma), VII (Britania), VIII (Africa Proconsular, Numidia y Mauritania), IX (Italia central: Calabria, Apulia, Samnium, Sabina y Piceno), X (Italia meridional: Bruttium, Lucania, Campania incluida Pompeya, islas), XI (Italia del norte), XII (Galia Narbonense), XIII (las tres Galias), XIV (Lacio), XV (instrumentum domesticum), XVI (diplomas militares), XVII (miliarios), XVIII (carmina epigraphica).
Durante todos estos años han completado este repertorio epigráfico, entre muchas otras publicaciones, las Inscriptiones Christianae Urbis Romae (ICUR), iniciadas a principios del siglo XX por Giovanni Battista de Rossi, o las Inscriptiones Latinae Christianae Veteres (ILCV) de Ernst Diehl en 1926, y ha resultado de suma utilidad la compilación de Hermann Dessau en tres volúmenes de sus Inscriptiones Latinae Selectae (ILS) que datan de 1892, o el Dizionario epigrafico di antichità romane de Ettore de Ruggiero desde 1895. En España, José Vives publicó en 1971 la recopilación Inscripciones Latinas de la España Romana (ILER) y, entre 1950 y 1969 se publicó en veinte entregas la serie Hispania Antiqua Epigraphica, que ha tenido continuidad en Hispania Epigraphica, publicada por la Universidad Complutense desde 1989.
Desde 1977 la mayoría de los estudiosos de la epigrafía antigua forman parte de la Asociación Internacional de Epigrafía Griega y Latina (AIEGL) y con el desarrollo de Internet es posible acceder fácilmente a abundantes recursos de universidades y centros de investigación especializados en la investigación epigráfica.