El culto imperial
Augusto recurrió a bases religiosas para fundamentar el nuevo régimen y la posición privilegiada que tenía él y su familia en el gobierno del Estado: reafirmó la divinización de Julio César -que se consideraba descendiente de Venus- y se proclamó a sí mismo "hijo del divino Julio". Incluyó en la religión oficial el culto a las propias divinidades familiares y personales: el Genio de Augusto, los Lares de Augusto y la Victoria Augusta. Sin embargo, Augusto fue lo suficientemente hábil para no proclamar su propia divinidad en vida. Eso cambió tras su muerte: el primer templo de culto imperial en las provincias occidentales fue edificado en Tarraco en 15 d. C. en honor a la Eternidad de Augusto.
Así fue como Augusto puso los cimientos para incorporar a los cultos tradicionales el culto imperial: en el momento de la sucesión el nuevo emperador solía divinizar a su antecesor (apoteosis), de quien a menudo era hijo natural o adoptado, como una forma de justificar el régimen imperial y su propio poder. En cambio, mientras el emperador está vivo es objeto de adoración la parte espiritual de su persona -su numen o su genio- y se ruega a los dioses que lo protejan.
El culto imperial, que en general se superponía a los cultos tradicionales sin eliminarlos, tenía también la función de cohesionar todas las regiones de un imperio inmenso y diverso, compuesto por una serie de pueblos que conservaban sus religiones ancestrales.
Los sacerdotes encargados de la administración local del culto imperial en las provincias eran los séviros augustales, normalmente libertos.
Así fue como Augusto puso los cimientos para incorporar a los cultos tradicionales el culto imperial: en el momento de la sucesión el nuevo emperador solía divinizar a su antecesor (apoteosis), de quien a menudo era hijo natural o adoptado, como una forma de justificar el régimen imperial y su propio poder. En cambio, mientras el emperador está vivo es objeto de adoración la parte espiritual de su persona -su numen o su genio- y se ruega a los dioses que lo protejan.
El culto imperial, que en general se superponía a los cultos tradicionales sin eliminarlos, tenía también la función de cohesionar todas las regiones de un imperio inmenso y diverso, compuesto por una serie de pueblos que conservaban sus religiones ancestrales.
Los sacerdotes encargados de la administración local del culto imperial en las provincias eran los séviros augustales, normalmente libertos.