Muerte y vida de ultratumba

Los romanos creían que las almas de los difuntos viajaban al mundo subterráneo donde reinaba el dios Plutón. Las almas eran conducidas por el dios Mercurio. A este mundo accedían atravesando la laguna Estigia, en una balsa conducida por Caronte, que previo pago les conducía a la otra orilla. El mundo subterráneo estaba custodiado por un perro de tres cabezas, Can Cerbero. Allí, las almas eran juzgadas y tras el veredicto eran conducidas a la región de las almas bondadosas o malvadas. 

 
Siete eran las zonas que se diferenciaban en el mundo de los muertos: la primera estaba destinada a los niños, no natos, y no podían haber sido juzgados. La segunda es donde estaban los inocentes ajusticiados injustamente. La tercera correspondía a los suicidas, la cuarta era el Campo de Lágrimas, donde permanecían los amantes infieles. La quinta estaba habitada por héroes crueles en vida, la sexta era el Tártaro, donde se procedía al castigo de los malvados, y por último la séptima, los Campos Elíseos, donde moraban en la eterna felicidad las almas bondadosas. Allí la primavera era eterna y se podían bañar en las aguas termales del río Leteo, que hacían olvidar a los muertos su vida pasada.
 
El tránsito al más podía verse truncado en las siguientes circunstancias: 
  • Por no haber sido sepultado correctamente, que podían verse obligados a aparecerse a los vivos para reclamar un funeral digno.

  • Por haber muerto antes de tiempo (los que morían en la infancia, a corta edad o antes de casarse o tener hijos). Algunos de estos difuntos, que murieron sin conocer el amor, regresaban para disfrutar de lo que la muerte les había vedado.

  • Por haber muerto de muerte violenta. Estos espíritus no podían descansar en paz y pueden volver al mundo de los vivos para buscar venganza o esclarecer el crimen.

 

 

Bibliografía:

 

 

Obra colocada bajo licencia Creative Commons Attribution Non-commercial Share Alike 3.0 License